3/5/11

la piel de Hambre




Para qué buscar más sudores, si resultaba ser inmune a ellos... no era en absoluto útil perseguir la asfixia entre los jirones empapados en sal tras las noches insomnes, ni saltar desde los precipicios de su geografía ansiosa por desaparecer en el averno. Siempre huesos quebrados se aliaban con células hipóxicas para remodelarla, y de las tumefactas cicatrices brotaban plumones, escamas, cuernos, bránquias. Sólo quedaba intacto ese inclemente aullido dérmico de hambre.



Desollada, anfibia y aún querulante no pudo sorprenderse ante la evidencia de que no era, como quiso pretender, el lamento de una piel hambrienta. Así que se acunó en el alarido que tan bién conocía, y aceptó, por fín, ser ella misma Hambre. Y decidió esperar, macerando en la toxicidad que había tejido a su alrededor y que resultaba invisible para tantos, la llegada de algún otro ser viciado capaz de apreciar la deliciosa filigrana sulfúrica de su charco, los mil toransoles refulgentes de su oscuridad, la orquestada podedumbre enmohecida de algún pedazo de víscera que conservaba. Y su aullido será entonces frecuencia resonante absoluta.

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